El título de este primer post es el de un libro que leí un verano, hace muchos años.
Un libro de Rosamunde Pilcher que recuerdo con mucho cariño (en mi adolescencia la leí mucho), y que me conectó con la belleza de una manera muy especial, aunque en ese momento no fui consciente de ello.
En ese momento sólo fue una historia bonita que me dejó un buen sabor de boca. Punto.
Es curioso cómo podemos reflexionar sobre cosas que pasaron hace años e interpretarlas de una manera diferente a la que lo hicimos cuando las vivimos; la mente es maravillosa.
Creo recordar que la historia de ese libro transcurría durante el verano.
Voy a sacar mis dotes de novelista a relucir, y voy a recrear la historia a mi manera.
Digamos que transcurre durante un verano en Suecia (cualquier aproximación a la realidad es pura coincidencia). Poneos en situación: playas salvajes, hierbas salvajes, caminos salvajes… venga, resumimos. Naturaleza salvaje.
Bicicletas y casas de madera con ventanas grandes, muy grandes. Camionetas, graneros, libros y moras en las zarzas.
Durante este verano, las mujeres visten con prendas de lino pesadas (¿me seguís? míticas faldas con mil capas y camisas atadas hasta arriba), y los hombres visten con tirantes y gorras (marrones, siempre marrones).
Estos personajes viven aventuras e historias (la mayoría de amor y desamor, ¡cómo no!) en un entorno en el que hay una temperatura máxima de 23 grados (como la de este mes de Julio en Bakio).
Todo en esa historia desprende una belleza tranquila y sosegada. Una belleza que me llama, me interesa y me conecta.
Me conecta conmigo misma.
Porque ahí está la clave para mi. La belleza es subjetiva porque conecta con una parte de nosotras que ni nosotras mismas conocemos. Pero existe, es válida y, sobre todo, es importante para nosotras.
Darme cuenta de esto ha sido una auténtica liberación.
He crecido pensando que todo en la vida es absoluto. A o B. Bonito o Feo. Interesante o Aburrido. Válido o una m*&%$. Un sistema binario como en esa asignatura (Electrónica Digital) que estudié hace ya muchos años en la carrera y que tantos quebraderos de cabeza me dio (hoy en día, a veces, al cruzar por un semáforo me acuerdo de que yo también se diseñar uno… ¡flipa!).
Y así me ha ido. Menos mal que ya metida en los 40 me he dado una buena colleja a mi misma y me he permitido reconocer que estaba equivocada y que la magia reside en los matices. En los nuestros y en los de todo aquello que nos vamos encontrando.
Así que ahora abrazo mi idea de belleza, mi visión de la misma, y mi manera de compartirla. Y esto me ha llevado a querer abrir esta pequeña ventana para divagar sobre ello con quien le pueda interesar y, en el mejor de los casos, dejar un buen sabor de boca a quien decida leerme.
También hace años descubrí una frase que me marcaría, aunque en aquel momento no imaginaba cuánto.
Esta frase estaba dentro de una biografía de Vincent Van Gogh . Recuerdo que esa biografía fue uno de los primeros libros que cogí en una biblioteca municipal de Madrid. Teniendo en cuenta que me instalé por primera vez a Madrid hace 17 años, calculo que esta frase lleva conmigo desde entonces.
Voy a abrir un pequeño inciso para contaros que uno de mis lugares favoritos en el mundo es cualquier biblioteca; todavía no he encontrado una que no me guste.
El caso es que en esa biografía leí una frase que desde entonces me acompaña (en aquel momento tampoco entendí muy bien su importancia para mi): Find beauty in everything.
Ese es uno de mis lemas y lo que intentaré hacer a través de esta newsletter/blog.
¡Bienvenida!
Querida mía, felicidades. Ahora también nos veremos por aquí. Qué bien.
¿Sabes que soy muy fan de ese libro y he hecho, junto con El corazón helado de Almudena Grandes. Ambos los he descargado en el Kindle el año pasado para volver a leerlos ? 😍