Llueve. Hace frío. Y viento.
Sí, es lo que nos toca amigas.
¡Estamos en invierno!.
Si algo nos caracteriza como seres humanos es nuestro inconformismo. Es curioso porque ansiamos el sol cuando hace frío, y en medio del tórrido verano mataríamos por un poco de fresquito (salvo si estás en el norte y te toca una semana de verano a 16 graditos, que ansías el tórrido levante). Digamos que nos cuesta estar contentos con lo que tenemos (al menos de una manera sostenida en el tiempo).
En Madrid lleva lloviendo 10 días. Y eso, aquí, no es normal.
Yo soy de Bilbao, y recuerdo los inviernos de mi infancia y adolescencia de color gris. Vamos, que llegaba a febrero con los ojos a medio abrir, como en un letargo. Al venir a vivir a Madrid descubrí lo que es un invierno con sol y me voló la cabeza… ¡qué maravilla!
Pero a lo que vamos. Teniendo yo callo en esto de la lluvia, también se me están haciendo largos estos días, no os voy a mentir. Lo que sucede es que, cuando lo pienso, me recuerdo lo feliz que me hacen los charcos y se me quita la tontería.
De raíz.
En serio.
La lluvia nos regala infinidad de lienzos al aire libre, y en el momento en el que te permites mirarlos y disfrutarlos, ya no puedes pasar por ellos sin sonreír.
En serio. Pruébalo.
Según vas avanzando hacia un charco la imagen que te devuelve va cambiando. Árboles, edificios, personas… son auténticos espectáculos, exposiciones itinerantes al alcance de cualquiera y ¡sin moverse de su barrio, oiga!.
Estos días no solo los charcos me han puesto de buen humor.
Ahora que el invierno agoniza y la primavera lucha por hacerse fuerte, los árboles y enredaderas de la ciudad regalan una versión espectacular. Mis amigas las mimosas están en su mejor momento (bendito invierno que les permite florecer), y todos los árboles van viviendo su pequeña revolución.
Para algunos, esta revolución llega en forma de plaga de flores rosas o blancas sobre las que te dan ganas de tumbarte porque son tan frondosas y gorditas como un algodón de azúcar. Y para otros en forma de pequeñas puntas verdes saliendo en sus ramas.
Todos revolucionados.
Disfrutando del frío, del viento y de la lluvia con sus mejores galas.
Los árboles con sus mejores galas y nosotras enfadadas por tanta lluvia, tanto frío, y contando los días que quedan para verano…
Y es que podemos pasar por la tormenta anhelando los días de sol, o flipando con los reflejos que nos vamos encontrando mientras corremos para no mojarnos demasiado.
Podemos hacer la ruta de todos los días mirando al móvil solucionando historias, o alzar la vista y ver que el árbol que estaba peladito va acumulando flores en sus ramas.
Podemos, en definitiva, elegir ver la belleza en lo que tenemos delante, o anhelar una belleza que no tenemos.
Os podréis imaginar en qué equipo me quedo yo, ¿verdad? ;)
Cómo cambia la vida con personas como tú, Leire. Ser consciente y agradecida, encontrar la belleza en lo más mínimo, como los niños.
Si, hay que limpiar la mirada y disfrutar de los regalos que nos pone la vida, como las mimosas o los jacaranda 🤣 Un abrazo grande.
Me he encantado lo de ver los charcos como lienzos 😍