Hace dos cartas hablaba de la incertidumbre, y de cómo entender que hay ciertos procesos inevitables en medio de tanto cambio me ayuda en la necesaria tarea de anclarme a tierra cuando todo me parece que está por los aires.
Pues bien, esta mañana he tenido como regalazo tardío de Olentzero un proceso de esos inevitables que tanto me gustan: un amanecer de los bonitos, de esos de enmarcar.
Porque aunque sabemos que ,ciertamente, cada día amanece, no siempre lo hace con esos colores que te sacan de la cama de un salto.
Hoy ha sido así.
Yo soy una emocionada de esos colores. De los rosas, naranjas y amarillos que se confunden en los amaneceres y en los anocheceres. Y cuando los adivino, hay un resorte que se activa dentro de mí y corro a ver su origen, a bañarme en esos colores, sea lo que sea lo que esté haciendo.
Recuerdo una puesta de sol en Bakio de hace unos dos años. Estaba reunida con mi grupo de Power Plan (un mega curso que tuve la suerte de regalarme) y al ver que el cielo se empezaba a poner rosa, me puse los cascos, y seguí la reunión mientras corría cuesta arriba para ver la puesta de sol en mi sitio favorito. Cuando llegué, paré la reunión un minuto para enseñar a mis compañeras esa maravilla de la naturaleza y luego continuamos. Momentazo.
He tenido la suerte de que durante este último amanecer épico de 2023 estoy en plena naturaleza, en ese hábitat que busco incansablemente y en el que me siento más yo.
Así que al salir de casa corriendo tras ver por casualidad a través de la ventana el tono rosáceo en el cielo, me he encontrado de lleno en caminos angostos rodeados del verde más fosforito que puedas imaginar.
Y es que, a la luz de ese tipo de amaneceres, todos los colores parecen mucho más vibrantes de lo que son en realidad.
Y, al pensar sobre esto, no he podido evitar sacar una sonrisa por la lección de vida que, una vez más, me da la naturaleza.
A la luz de unos buenos focos, quizá todos seamos más radiantes de lo que somos en realidad.
Una realidad aderezada con una buena pizca de facilidad, de belleza, de suerte… es difícil que no se vea preciosa, reluciente, brillante.
Pero luego la luz, inevitablemente, va bajando. Se va acomodando.
Del fulgor inicial va pasando a un estadio más tenue, se asienta. Para permitir que la vida se desarrolle, que todos veamos correctamente, que el día siga su curso, debe alumbrarnos a todos con la misma intensidad.
Los colores ya no son tan vibrantes. Todo es más reposado.
De la euforia del fosforito pasas a la alegría de la luz.
Y de ti depende qué actitud tomar.
Puedes apenarte por lo que ya no es. Maldecir porque el momento fosforito dura sólo unos minutos. Enfadarte porque nada te garantiza un amanecer así.
O puedes elegir alegrarte por haber tenido la oportunidad de disfrutar de ese regalazo, aunque haya sido fugaz, y seguir admirando lo que queda.
Este año ha sido tremendamente puñetero retador.
Retador, decía.
Y, si hay algo de mí que me gusta es que en los retos es donde más me crezco. Donde más aprendo. Donde más digiero y asimilo la información que me llega (después de caerme y retozar un poco en mi parcelita de mie*$%, por supuesto).
Este año me he permitido parar. Y, aunque haya sido por un breve periodo de tiempo, esto me ha permitido ver con claridad muchas cosas.
La principal conclusión a la que he llegado es que la realidad es como yo decida verla. No es buena o mala. Los juicios no aplican aquí.
Tengo la enorme suerte de vivir en un país en paz, en donde no me falta comida ni techo. A partir de aquí, puedo permitirme el lujo de elegir las gafas con las que miro mi realidad cada día.
Y he elegido ponerme las de la belleza. Para todo.
Para apreciar la luz de mi casa. Para perderme en las conversaciones con mis hijos. Para agradecer cada conversación con amigas. Para flipar con cada libro que caiga en mis manos. Para disfrutar de cada exposición a la que tengo la suerte de ir. Para disfrutar de la comida que me alimenta y de los paisajes que me rodean.
Para, a pesar de ansiar la naturaleza a lo grande al lado de casa, poder perderme en el parque que tengo a 10 minutos del portal, aunque no sea tan grande como me gustaría.
Para disfrutar y valorar más que nunca lo que tengo. Para no dar nada por sentado. Nada.
Ese ha sido uno de mis grandes aprendizajes, y no quería dejar de compartirlo contigo.
Emocionémonos con el fosforito, corramos a verlo. Pero no nos olvidemos de apreciar el color de todos los días, que es el que nos permite VIVIR.
Deseo que tengas un feliz 2024. De corazón.
Feliz Año Leire! Gracias por todos los momentos bellos que escribes y nos ayudan al resto a levantar la mirada del suelo.
Feliz año Leire! Que 2024 siga llenándonos de momentos bonitos y no te quites esas gafas de encontrar belleza en cada rincón. Gracias por estas cartas tan enriquecedoras 😘