Hace un rato hablaba con Telmo (mi hijo mayor) sobre la importancia de la risa.
Está atravesando lo que parece que es una preadolescencia muy precoz (igual se llama de otra manera a sus 9 añitos… vete tú a saber…) que le hace estar enfadado en casa casi todo el tiempo. Fuera, eso sí, es la alegría de la huerta.
En ese ratito de charla le contaba cómo yo, cuando él era un bebé, cada día prestaba atención a que se hubiera reído a carcajadas al menos una vez. Y si para la hora del baño no había sucedido, me encargaba de hacerle una buena ración de cosquillas para solucionarlo. Sus carcajadas me llenaban de energía, de una alegría genuina que lo inundaba todo. Y lo siguen haciendo, la verdad.
Esta charla me ha llevado a pensar cómo, de adultos, pasamos (o al menos a mi me sucede) días enteros sin tener esa carcajada. Pero ¿cómo puede ser? Algo que es gratis, que está al alcance de cualquier persona, y que hace tanto bien… ¿Cómo se nos puede olvidar hacerlo a diario?
A mi me ha pasado en épocas largas. Épocas de sequía carcajadil.
Épocas en las que estás en un momento tan bajo que ni siquiera te acuerdas del poder de la carcajada. O en las que incluso, no recuerdas ni cómo te salían. Cómo las generabas.
La verdad es que debería ser obligatorio plantearnos al final del día si hoy ya nos reímos a carcajadas, y tener una vía directa para hacerlo si la respuesta es no.
Y es que el poder de la risa es gigantesco. Si me pongo a pensar, recuerdo risas de esas de llorar, de no poder parar, que inmediatamente me ponen la sonrisa en la boca. E incluso, si me concentro mucho en el momento, me sale una pequeña carcajada sólo de recordarlas.
Una buena risa estimula el corazón, los pulmones y los músculos (¿os suena la expresión “agujetas de tanto reír”?), aumenta las endorfinas que se liberan en el cerebro y reduce la respuesta al estrés.
Así que yo, aquí y ahora, puedo prometer y prometo que no volveré a acostarme un día más sin la carcajada de rigor.
He dicho.
Pues bien, de lo que realmente quería hablaros hoy es de la última exposición que he visto: la retrospectiva que la Fundación March hace en su sede de Madrid (uno de mis lugares favoritos de la ciudad, dicho sea de paso) a Saul Steinberg.
Alguien cuyo retrato de cabecera es este, entra ya directamente en mi grupo de amigos de confianza.
¿Y por qué? Pues porque creo que es la primera exposición que he recorrido de principio a fin con una sonrisa en la boca.
El humor a través del trazo. La broma en una línea bien fina. La sorpresa de la carcajada en un retrato que no lo es tanto.
La denuncia a través de lo amable. De la risa. De lo que nos une.
Y es que la risa es universal.
Como la belleza.
Y esas pinturas que nos regala están cargadas de las dos.
No sé si el señor Steinberg tuvo una vida fácil. Lo que sí sé es que su forma de retratar el mundo te hace reconciliarte con él. Y eso es algo que no había visto hasta ahora.
Y también sé que la risa, como la belleza, cura.
Así que quiero más de las dos todo el rato. Sin parar.
¡Qué bonito escrito! Para mí la risa también es fundamental en mi día a día, procuro cada día tener por lo menos alguna ración. La risa es una actitud. Y la belleza también es fundamental, entraña más descubrimiento en nuestra vida, tenemos que ser capaces de descubrirla y apreciarla.