Belleza en fluir.

Find beauty.

Este 2025 ha empezado muy interesante por estos lares.

Muy interesante, sí, y saliendo de toda comodidad conocida desde el día 2 para ser más exactas.

El segundo día del 2025 me calcé, por primera vez en mis 42 años, unos esquís.

Siendo del norte, tengo bastantes estaciones de esquí relativamente cerca de casa.

De hecho, cuando todavía vivía en Bilbao y era joven y lozana (más aun que ahora) muchas amigas y amigos iban a esquiar de manera más o menos habitual. Era algo normal, sencillo y relativamente asequible. Yo no iba.

De pequeña tenía una mala costumbre: no me hacía heridas al caerme. Directamente me rompía un hueso. Cúbito, radio o incluso los dos a la vez.

Quienes me conocen desde la más tierna infancia han puesto su autógrafo en mi escayola en más de una ocasión. Siete para ser exactas.

Y claro, esta cualidad mía aterraba a mi padre, que, con buen criterio seguramente, me dijo la categórica frase de “mientras vivas en esta casa no irás a esquiar” porque imagino que, directamente, me visualizaba volviendo como una momia a casa tras intentar bajar una pista.

Total que esto se traduce en que tuve un breve pero intenso intento de hacer snow con 20 años (que terminó el mismo día que empezó) y en no volver a pisar una pista de esquí hasta este 2 de enero.

Fíjate que con lo que a mí me gusta la naturaleza, es un deporte que siempre me ha llamado la atención. Pero los miedos intrínsecos a mi condición de cuando era pequeña, alimentados por el paso de los años, me alejaron de él sin ni siquiera darle una oportunidad.

Este 2 de enero, como decía, me calcé unos esquís. En principio, Manex y mi amiga Anja me acompañaban en una sesión con un monitor que nos iba a enseñar. En principio los 3 éramos igual de novatos.

MENTIRA.

Resulta que ellos habían esquiado hace muchos años, y el esquí debe ser como andar en bicicleta, nunca se olvida. Así que pasada una hora, tuve a Joanjo (nuestro monitor) enterito para mí. Yo iba acojonada perdida muerta de miedo pero reconozco que en las pistas baby conseguí andar con los esquís e incluso parar con una pseudo cuña cuando el ángulo de bajada no era demasiado pronunciado.

Bien.

Con este subidón de “no me he roto nada” al día siguiente tuve a Juanjo sólo para mí, y subimos a la cota 2000 (telesilla mediante) para bajar mi primera pista. Si yo hubiera sabido esto no habría subido, no te voy a mentir. Me imaginaba que allá arriba habría una pista de niños también en la que yo estaría afianzando mis primeros avances en la materia. Pero no.

Y lo peor de todo, es que no había vuelta atrás.

Joanjo, que es un crack (si vais a Cerler y queréis un monitor, no dejéis de contactarle), me fue llevando pista abajo como si nada, esquiando al revés, mirándome a los ojos, y haciendo hincapié en cómo colocar los pies y el peso de mi cuerpo para conseguir girar. Yo, no sé cómo, la verdad, conseguía hacerlo, pero no estaba del todo cómoda (a ver, era mi primera pista, qué se yo…) , y acumulaba una tensión que me recorría todo el cuerpo y que me tenía más rígida que en mi vida. Y esto, para girar es chungo la verdad. Seguía teniendo miedo y seguía pensando demasiado.

Cuando llegamos al final, con el subidón correspondiente (¿¿en serio había bajado YO una pista??) nos montamos en el telesilla para volver a empezar.

Y en esto, al volver a empezar, hubo un momento, un ligero momento, de unos dos minutos, en los que por arte de magia solté la tensión (porque mi cuerpo dijo basta, me imagino) y de repente me encontré moviéndome con naturalidad, disfrutando de lo que hacía, sin pensar, sólo disfrutando.

FLUYENDO, VAYA…

Y fue absolutamente brutal. Cuando me di cuenta de esto volví a poner el cerebro en lo que estaba haciendo y la magia se rompió, pero de verdad que esos minutos (o segundos) que duró lo de fluir se me han quedado grabados.

Al terminar de bajar y parar de esquiar, me embargaba una emoción tan grande que rompí a llorar.

No por haber conseguido hacerlo. Sino porque comprendí físicamente qué era aquello que llevaba intuyendo el último año que había que hacer para vivir mejor. Para vivir bien.

Entendí, experimentándolo en mis propias carnes, que fluir es la única manera de que las cosas salgan bien y sin esfuerzo. De disfrutar.

Porque podemos, por supuesto, conseguir bajar la pista pensando como locos dónde ponemos el peso y cómo ponemos los pies en cada paso, pero acabaremos agotadas y no lo habremos disfrutado. Habremos ejecutado lo que teníamos previsto, pero no habremos disfrutado de las vistas, ni del viento, ni de las sensaciones.

Vi mi vida entera en ese tiempo de fluir, y entendí de verdad lo que significa soltar. Disfrutar.

La llorera de después (tras dos años de sequía lacrimal en los que, literalmente, no he podido soltar más de dos lágrimas seguidas) fue el broche final a una experiencia que jamás olvidaré.

A una de las experiencias más bellas, sin duda, que he vivido nunca.

Grabémonos a fuego que fluir es la manera. Que hay veces que hay que soltar para poder vivir.

Ojalá no se me olvide nunca.

** por cierto, si queréis contactar con Joanjo, este es su perfil de IG: @joanjox2.

¡¡Feliz 2025 a tod@s!!